Envenenada en absoluto por el amor
de los adolescentes indostanos. Meche no podía formular de un modo coherente y lógico,
ni con palabras ni con pensamientos lo que le pasaba, el genero de este
acontecer enrarecido y el lenguaje nuevo, secreto y de peculiaridades únicas,
privativas, de que se servían las cosas para expresarse, aun que mas bien no
eran las cosas en general ni en su conjunto, si no cada una de ellas por
separado cada cosa aparte, especifico, con sus palabras su emoción y la red subterránea
de comunicaciones y significados que al margen del tiempo y del espacio, las
ligaba a unas con otras, por más distante que estuviesen entre si y las convertía
en símbolos y claves imposibles de ser comprendidas por nadie que no perteneciera,
y en la forma más concreta, a la conjura biográfica en que las cosas mismas se autoconstituían
en su propio y hermético disfraz. Arqueología de las pasiones, los sentimientos
y el pecado, donde las armas, las herramientas, los órganos abstractos del
deseo, la tendencia de cada hecho imperfecto a buscar a su consanguinidad y su realización,
por mas incestuoso que parezca, en su propio gemelo; se aproximan a su objeto a
través de una larga, insistente e incansable aventura de superposiciones, que
son cada vez la imagen más semejante a eso de que las formas es un anhelo, pero
que nunca logra consumar, y quedan como subyacencias siempre incompleta, de
inquietos y apremiantes signos que aguardan, febriles, en instante en que
puedan encontrarse con esa otra parte de su intención al contacto de cuya sola
presencia se descifren. Así un rostro, una mirada, una actitud, que constituyen
el rasgo propio del objeto, se depuran, se complementan en otra persona, en
otro amor, en otras situaciones, como los horizontes arqueológicos donde los
datos de cada orden, un friso, una gárgola, un ábside, una cenefa, no son sino
aparte móvil de cierta desesperanzada eternidad, con la que se condensa el
tiempo, y donde las manos, los pies, las rodillas, la forma en que se mira, o
un beso, una piedra, un paisaje, al repetirse se perciben por otros sentidos
que ya no son los mismos de entonces, aunque el pasado apenas pertenezca al
minuto anterior.
Jose Revueltas // Libro: El apando