lunes, 20 de febrero de 2012

Arqueología de las pasiones...(FRAGMENTOS XXXIII...)





Envenenada en absoluto por el amor de los adolescentes indostanos. Meche no podía formular de un modo coherente y lógico, ni con palabras ni con pensamientos lo que le pasaba, el genero de este acontecer enrarecido y el lenguaje nuevo, secreto y de peculiaridades únicas, privativas, de que se servían las cosas para expresarse, aun que mas bien no eran las cosas en general ni en su conjunto, si no cada una de ellas por separado cada cosa aparte, especifico, con sus palabras su emoción y la red subterránea de comunicaciones y significados que al margen del tiempo y del espacio, las ligaba a unas con otras, por más distante que estuviesen entre si y las convertía en símbolos y claves imposibles de ser comprendidas por nadie que no perteneciera, y en la forma más concreta, a la conjura biográfica en que las cosas mismas se autoconstituían en su propio y hermético disfraz. Arqueología de las pasiones, los sentimientos y el pecado, donde las armas, las herramientas, los órganos abstractos del deseo, la tendencia de cada hecho imperfecto a buscar a su consanguinidad y su realización, por mas incestuoso que parezca, en su propio gemelo; se aproximan a su objeto a través de una larga, insistente e incansable aventura de superposiciones, que son cada vez la imagen más semejante a eso de que las formas es un anhelo, pero que nunca logra consumar, y quedan como subyacencias siempre incompleta, de inquietos y apremiantes signos que aguardan, febriles, en instante en que puedan encontrarse con esa otra parte de su intención al contacto de cuya sola presencia se descifren. Así un rostro, una mirada, una actitud, que constituyen el rasgo propio del objeto, se depuran, se complementan en otra persona, en otro amor, en otras situaciones, como los horizontes arqueológicos donde los datos de cada orden, un friso, una gárgola, un ábside, una cenefa, no son sino aparte móvil de cierta desesperanzada eternidad, con la que se condensa el tiempo, y donde las manos, los pies, las rodillas, la forma en que se mira, o un beso, una piedra, un paisaje, al repetirse se perciben por otros sentidos que ya no son los mismos de entonces, aunque el pasado apenas pertenezca al minuto anterior.    
Jose Revueltas // Libro: El apando

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