Nunca en la vida, decia Shekhar, se le habia parado el reloj y queria convertir tan raro suceso en objeto de reflexion seria
-!No, por Dios! !Reflexion seria! somos artistas jovenes, no hay que maltratarnos- imploro Debora.
Vilnius oyo por primera vez a Debora hablar de artistas jovenes. y le gusto mucho. ¿No era lo que, en efecto, ellos dos eran? En honor a la verdad, eran tambien artistas de la desgana, sin olvidar que eran, ademas, jovenes con ligeras y siempre pasajeros problemas mentales, problemas que se hacian presentes, tanto en el, como en ella, en forma de rafagas. En debora eran breves pero agudas crisis nerviosas que surgian en el momento mas imprevisto. En Vilnius, infiltraciones mentales paternas ya en descenso, pero que venian dandose desde que se inaugurara el tiempo de duelo. Pero a esos problemas los sabian exprimir creativamente e incluso vivir de ellos, de las huellas interesantes que dejaban a veces en sus mentes.
Aparte de jóvenes artistas de la indolencia, tal vez eran también o habían empezado a ser una especie de sociedad incipiente. Una sociedad artística de dos, pero que no les extrañaría que abriera caminos y no tardara en crecer. Recordaban vagamente a Marcel Duchamp, que a lo largo de su vida no hizo muchas cosas, pero de vez en cuando hizo alguna. En cierta ocasión, construyó una gota de cristal con aire de París y se la regaló a unos amigos de Nueva York.
Aire de Paris, la llamó.
“Como mis amigos tenían prácticamente de todo, les llevé cincuenta centímetros cúbicos de Aire de Paris”, comentaría años después Duchamp.
Vilnius y Débora habían empezado a ser una sociedad que no se dedicaba a nada en concreto, quizás porque deseaba evitar cualquier posibilidad de fracaso y quizás porque, además, era una sociedad que se sentía atraída por lo infraleve, por todas esas cosas –pensemos en un jabón que resbala, por ejemplo- que son, por un lado, tan indeterminadas y, por otro, tan especificas; son todo al mismo tiempo, como la vida misma.
Lo infraleve era, para ellos, el roce de unos pantalones al caminar, un dibujo al vapor de agua, un vaho sobre el cristal de una ventana. Mientras Shekhar intentaba reflexionar sobre la desproporcionada tragedia y misterio de su reloj parado, a Vilnius le pareció que Débora y él, después de su paso por la Bernat, no sólo podían empezar a considerarse una sociedad infraleve, sino que, en homenaje a Duchamp, esa sociedad podía llamarse Aire de Dylan, lo que les permitiría imaginarse a sí mismos como una gota de cristal que contendría la esencia de su época, el aire de su tiempo, del nuestro, de un tiempo ligado en arte al mundo de Bob Dylan, creador escurridizo y hombre de tantos personajes y personalidades.
Aire de Paris, la llamó.
“Como mis amigos tenían prácticamente de todo, les llevé cincuenta centímetros cúbicos de Aire de Paris”, comentaría años después Duchamp.
Vilnius y Débora habían empezado a ser una sociedad que no se dedicaba a nada en concreto, quizás porque deseaba evitar cualquier posibilidad de fracaso y quizás porque, además, era una sociedad que se sentía atraída por lo infraleve, por todas esas cosas –pensemos en un jabón que resbala, por ejemplo- que son, por un lado, tan indeterminadas y, por otro, tan especificas; son todo al mismo tiempo, como la vida misma.
Lo infraleve era, para ellos, el roce de unos pantalones al caminar, un dibujo al vapor de agua, un vaho sobre el cristal de una ventana. Mientras Shekhar intentaba reflexionar sobre la desproporcionada tragedia y misterio de su reloj parado, a Vilnius le pareció que Débora y él, después de su paso por la Bernat, no sólo podían empezar a considerarse una sociedad infraleve, sino que, en homenaje a Duchamp, esa sociedad podía llamarse Aire de Dylan, lo que les permitiría imaginarse a sí mismos como una gota de cristal que contendría la esencia de su época, el aire de su tiempo, del nuestro, de un tiempo ligado en arte al mundo de Bob Dylan, creador escurridizo y hombre de tantos personajes y personalidades.
No faltarian en los dias sucesivos aquellos que les preguntarian seguramente si es que no hacian nada y se pasaban el dia con los brazos cruzados. Cuando los preguntaran, contestarian, en plan infraleve, como Duchamp -Mais que voulez-vous? jen'ais plus d'idees- (¿Que quiere? Ya no tengo ideas.) Solo que ellos lo dirian en plural y con energia propia:
-¿Y que quiere usted que le digamos? No tenemos ideas.
-¿Ninguna?
-!Oh, monsieur! Tenemos una al dia. Es suficiente para nosotros, que somos infraleves, aire del tiempo, leve pasion grande, Aire de Dylan.
Enrique Vila-Matas // Libro: Aire de Dylan