Stillman se acomodó lentamente en su asiento y al fin dirigió su atención hacia Quinn. Cuando sus ojos se encontraron, Quinn sintió repentinamente que Stillman se había vuelto invisible. Podía verle sentado en la butaca frente a él, pero al mismo tiempo tenía la sensación de que no estaba allí. Se le ocurrió que quizá Stillman fuese ciego. Pero no, eso no parecía posible. El hombre le estaba mirando, incluso estudiándole, y aunque a su cara no asomaba el reconocimiento, había en ella algo más que una mirada vacía. Quinn no sabía qué hacer. Se quedó allí sentado y mudo, devolviéndole la mirada a Stillman. Pasó mucho tiempo.
–Nada de preguntas, por favor –dijo el joven al fin–. Sí. No. Gracias. –Hizo una pausa–. Soy Peter Stillman. Digo esto libremente. Sí. Ese no es mi verdadero nombre. No. Por supuesto, mi mente no es todo lo que debiera ser. Pero nada se puede hacer respecto a eso. No. Respecto a eso. No, no. Ya no.
”Usted está ahí sentado y piensa: ¿Quién es esa persona que me habla? ¿Qué son esas palabras que salen de su boca? Yo se lo diré. O no se lo diré. Sí y no. Mi mente no es todo lo que debiera ser. Digo esto por mi propia voluntad. Pero lo intentaré. Sí y no. Intentaré decírselo, aunque mi mente hace que sea difícil. Gracias.
”Mi nombre es Peter Stillman. Quizá haya oído hablar de mí, pero es más probable que no. Da igual. Ése no es mi verdadero nombre. Mi verdadero nombre no lo recuerdo. Disculpe. No es que importe. Es decir, ya no.
”Esto es lo que se llama hablar. Creo que ése es el término. Cuando las palabras salen, vuelan por el aire, viven un momento y mueren. Extraño, ¿no? Yo no tengo opinión. No y otra vez no. Sin embargo, hay palabras que necesitará tener. Hay muchas. Muchos millones, creo. Quizá sólo tres o cuatro. Disculpe. Pero lo estoy haciendo bien hoy. Mucho mejor que de costumbre. Si puedo darle las palabras que necesita tener, será una gran victoria. Gracias. Gracias un millón de veces.
(...)
”Ris ns clic desmorocho baju. Chas chas camarrás. Ruido pasmado, traca traca, mastimana. Sí, si, sí. Disculpe. Soy el único que entiende estas palabras.
(...)
”Ahora soy principalmente poeta. Todos los días me siento en mi cuarto y escribo un poema. Invento todas las palabras yo, igual que cuando vivía en la oscuridad. Empiezo a recordar cosas de esa manera, a fingir que estoy otra vez en la oscuridad. Soy el único que sabe lo que significan las palabras. No pueden traducirse. Esos poemas me harán famoso. Son únicos. Si, sí, sí. Unos poemas preciosos. Tan preciosos que el mundo entero llorará.
”Más tarde quizá haga otra cosa. Cuando termine de ser poeta. Antes o después me quedaré sin palabras, ¿comprende? Todo el mundo tiene solamente cierto número de palabras dentro. Y, entonces, ¿dónde estaré? Creo que después me gustaría ser bombero. Y después médico. Da igual. Lo último que seré es funambulista. Cuando sea muy viejo y al fin haya aprendido a andar como las demás personas. Entonces bailaré en la cuerda floja y la gente se quedará asombrada. Incluso los niños pequeños. Eso es lo que me gustaría. Bailar en la cuerda floja hasta que me muera.
(...)
”Hay muchas más palabras que decir. Pero creo que no las diré. No. Hoy no. Mi boca está cansada ahora y creo que ha llegado la hora de que me vaya. Por supuesto, yo no sé nada del tiempo. Pero es igual. Para mí. Muchas gracias. Sé que usted me salvará la vida, señor Auster. Cuento con usted. La vida sólo puede durar cierto tiempo, ¿comprende? Todo lo demás está en la habitación, con la oscuridad, con el lenguaje de Dios, con los gritos. Aquí soy del aire, una cosa hermosa para que la luz brille sobre ella. Quizá recordará usted eso. Soy Peter Stillman. Ése no es mi verdadero nombre. Muchas gracias.
Paul Auster/ Ciudad de cristal
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