Tú
eres Eva; tú eres Berenice; tú eres Perséfone y Lautania; tú eres domestica en
las costumbres barbaras del día; tú encapsulas la vagabunda subversión; tú eres
la mayor de nuestras mentiras; tú sobrevives para sobrevivirnos; tú destilas el
rencor y el deseo; tú eres ajena, imposible, tuya, fingiendo no saberlo;
ninguna comparación se te resiste; tú eres la bruja del verana y del invierno,
la vegetación de hoy, el seno circular, el texto que siempre se abre en el
mismo sitio, la primera trampa de la memoria, el primer vicio; tú eres la
virgen, la preñada, la parturienta, la que anula el peligro de prolongar a
otro, la que devasta como si no lo hiciera, la que se abre y rehúsa
gratuitamente razonada, la que se pierde en los espejos gloriosa invicta; tú
eres la cerradura, la llave, el triangulo de luz y de sombra; las mejillas
rojas de la dama del calendario, el cuello estilizado de la actriz idiota, la
desnucada amarilla de los diarios; la que viaja en sueños y en taxis, en films
apasionados y en constelaciones, en dibujos irrisorios y en malos poemas y en
amores podridos; la que viaja de un lado de un hombre, a otro lado del diablo,
a otro lado del sueño, a otro lado del viaje; la que se decide sin voluntad, la
que con voluntad no se decide; la que teje y desteje, la que pulsa y abandona,
la que vive, y sospecha.
Homero Aridjis // Libro: Mirándola Dormir